Con bolas azules

Bertha caminó hacia la puerta. A los tres o cuatro pasos, dio media vuelta y encaró con ojos humeantes, con desafío y sin temor a aquel que ayer, todavía, pensaba era su amor verdadero. Hoy no. Había dejado de escucharlo desde hacía rato, su voz no alcanzaba a propagarse, ella bloqueaba con su pensamiento todo intento. Masculló una maldición y regresó a su camino hacia esa prometedora puerta que se abría como única posibilidad de escape. Tras ella estaban otras alternativas, invisibles para ella pero deseosas de aparecer a la menor oportunidad. Ella lo intuía pero, a ciencia cierta no lo sabía, solo buscaba apresurarse para alejarse de lo que había sido su vida un minuto antes. Caminar sin volver atràs, no sería como la mujer de Lot. Sabía que si se volvía se convertiría en un ser sin voluntad. El temor la hizo valiente. Se echó a sus espaldas los miedos añejos y cargó con ellos que, al hacerlos palpables le parecieron ligeros, incluso empezaron a tomar consistencia p...