A Sisi Pamela

Ayer por la mañana cuando desperté, mi primer pensamiento consciente fue para tí.
Te dejé de ver hace más de doce años y, aunque el alejamiento fue mi idea, consciente de que necesitaba desapego, de cuando en cuando te recuerdo con añoranza.

Bien te acordarás de nuestro primer encuentro, llevabas ese sombrerito de paja sobre tus rizos dorados. El vestido campesino, calcetitas de media y tus zapatos bien calzados te hacían ver adorable. En cuanto entablamos conversación tus ojos fijos me hablaron con ternura y tu sonrisa semi entornada me dijo que seríamos inseparables. Si así lo pensé, aunque ahora...

Me acompañaste por más de catorce años, conforme y callada. No hubo nunca un reproche de tu parte. Eras mi compañera de alegrías y tristezas, escuchabas atenta, siempre alerta. No dejo de pensar cuando voluntariamente te dejé atrás. Tu rostro eterno y juvenil me miró sereno, indescifrable, sabías que la decisión había sido tomada ya. Te quedaste parada, inmóvil, descalza y muda.

No fue fácil, pero mi hija te temía. No entiendo porqué pues siempre fuiste gentil con ella, la dejabas jalarte de los pelos, aruñarte y estrujarte sin una sola queja de tu parte. Aun así ella te vería con extrañeza mientras crecía. Unos días antes de mudarnos del departamento, mi niña habló conmigo. Me preguntó directamente si pensaba traerte a la nueva casa, me pareció raro y le cuestioné el por qué. Me dijo que te temía, le daba miedo que estuvieras ahí junto a la cama inmutable semi sonriente siempre. Eso me hizo pensar y decidí dejarte atrás. Puedo decirte hoy que te extraño y, muchas veces he lamentado haberte dejado sola. A tí que me acompañaste en el camino de la juventud, el matrimonio y la maternidad. Viviste junto a mí la dicha de ser madre dos veces, mi querida amiga Sisi Pamela, a tí cuya tarea primordial fue asignada el compaginar con las niñas, no lograste hacer clic con la mía pese a tus intentos. Vi con tristeza como tu piel empezó a opacarse, tus pupilas empezaron a perder su brillo y tu cabello perdió su lozanía. Algunas veces limpié tu rostro con mis cremas, cepille tus rizos quebradizos y lavé tus atavíos. Como eras pequeña, algunas veces te puse vestidos de mi hija, ella te veía enojada. Sabía que te quería y, quizás sus celos fueron los que me convencieron ese día de agosto de que te dejara.

Ni siquiera te pregunté, pero ella me dijo que eras mala, por las noches te veía asomada a su recámara, caminabas por el departamento  espabilada cuando dormíamos todos. Claro que no le creí estos supuestos. No fue por eso que me alejé de tí. Temí que mi apego a tí me hiciera débil, fuiste, por tanto un reto superado, aunque te extraño, aprendí a vivir teniéndote fuera de mi radar.

No sé si alguna vez te lo conté, pero antes que tú tuve otras amigas como tú. Una muy especial que recibí contenta en mi primera comunión. También era un amor, tenía el cabello negro y era de piel muy blanca como la mía. Sus ojos eran de un azul frío como el de un mar embravecido, con mejillas carmesí, no como las tuyas siempre tan pálidas, y una boquita parada siempre a punto de besar. ¡Cómo no quererla si por cualquier motivo chasqueaba sus labios y me plantaba besos en los cachetes! A ella la llamaba Besitos y fue por mucho tiempo mi compañera de juegos. No sé si fue ella quien me salvó o si por su causa casi me roban un día. Una mañana salí temprano de casa con ella de la mano, quería jugar con ella y la vecina y al dar la vuelta en la esquina, un hombre jaló la pierna de Besitos. Me asusté mucho y con más fuerzas le jalé los brazos, así estuve por un buen rato, llorando, gritando y jalando. Media cuadra había avanzado sin darme cuenta, cuando vi a mi madre correr gritando como loca, llegó hasta mí mientras el hombre soltaba los pies de mi despeinada compañera de juegos y se alejaba corriendo. Mamá me abrazó y me dijo que debía haberla soltado y corrido a casa. Nunca lo entendí bien sino hasta que tuve uso de razón: aquel hombre me habría llevado con él a causa de mis apegos.

Ahora que escribo estas líneas, mis hijos han crecido y se han vuelto casi independientes. Por eso es que, quizás has regresado a mis pensamientos tangibles y en mis sueños te imagino esperándome en el departamento a que vuelva por tí. Aunque no lo creas tengo esa esperanza secreta clavada en mi pecho pues, te digo entre nos, conservo conmigo esa llave larga en mi llavero. La llevo diariamente en mi bolso para cuando me anime a allanar mi antiguo hogar y rescatarte del polvo del olvido y abrazarte tiernamente volviendo a ser tú y yo, las de siempre.






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