Divagaciones sobre un dedo enfermo

 -Palpita- se dijo.

Sentía pequeñas pulsaciones en la zona rojiza y henchida de su dedo índice de la mano izquierda 

-¿Qué sucede contigo, amigo?- le habló a ese dedo que solía usar como muppet en los cuentos dramatizados que le contaba a los niños. Y recordó, entonces, a su papá, de quien había heredado la técnica de narrar historias usando sus dedos con todo y aquella parafernalia de luz y sombras. ¿Qué habría hecho su padre si hubiese tenido el dedo deforme? Probablemente, hubiera aprovechado para ejecutar con maestría la actuación de Cuasimodo. Volvió su vista hacia aquella protuberancia dolorosa y buscó la sonrisa burlona de ese actor en ciernes.

-¡Bah! - le dijo- no eres más que un patético enfermo.

El dedo al que le hablaba permanecía en silencio. Si hubiera podido decir algo habría dicho -¡Ay! ¡Ay me duele!

-Calma, te pondré un poco de sábila tibia para desinflamar. Verás que pronto vuelves a ser tú, el que guía y señala, el que sin dolor se desplaza por el teclado de la computadora entre la r, t, f, g, c y v.

-Apenas te enseñaba a desplazarte por un nuevo espacio de teclas blancas y negras donde Fa y Si de continuo practicamos. Tendremos que parar por un tiempo las clases de música en YouTube. ¡Mira cuando te fuiste a enfermar!

La mujer, propietaria de esa maltrecha extremidad, tomó un pedazo de sábila caliente y, partiendo la hoja en dos repartió la espesa savia por el cabezal lateral del dedo enfermo. Palpó una dureza interna similar a la de un frijol bajo la piel y un dolor intenso se presentó al someterlo a presión.

-¿Qué será esto? ¿Por qué se habrá generado esta malformación?- observó la piel ennegrecida bajo el extremo inferior de la uña. Ya tenía más de una semana con aquello y no había mejoría.

Decidió hacer un acto extremo: tomó una aguja a la que quemó la punta y, como espada flamígera, la hundió en la joroba de aquel fenómeno. Pensando que era una ámpula, caso seguido, aplastó y presionó con fuerza para tratar de extraer el probable líquido o sangre acumulada. Apretó los dientes y continuó con su autoflagelación. Para su sorpresa, no hubo ningún desecho líquido. Solo consiguió una laceración y una sutil forma de disminución de presión en la inflamación pues la piel se distendió.

Esa noche tuvo un tétrico sueño provocado por el temor aderezado de ciertos cuentos con inicios inocentes y trágicos desenlaces. A la mañana siguiente se levantó con la sensación de que perdería la extremidad. Resolvió investigar en la red de redes para establecer algunas hipótesis a la luz de los hechos. 

Como objeto de estudio se analizó a sí misma. Tenía, esta mujer, una manía singular debido a cierto estado de ansiedad que de tiempo en tiempo solía atacarla y que la llevaba a laceraciones de cutículas en uñas de manos y pies, pues no soportaba estrecheces. Viendo en retrospectiva era un proceso de liberación de continuo. Quizás en ese frenético deseo había lacerado y lastimado ese dedo índice que, era posible haber provocado un traumatismo interno al que su organismo respondió generando aquella ámpula.

Otra tesis estaba en relación a cierta sintomatología que había manifestado en los últimos meses: adormecimiento de dedos, manos o pies durante la noche y madrugada o entumecimientos matutinos con retardo para reconectar sistema neuromotor. Para ella era como un reseteó psicomotor, sentía que era tal el cansancio que se desconectaba, en forma literal, del mundo.

La tercera respuesta a sus indagaciones tenía relación con las dos primeras. Debido a la ansiedad y al deseo de desconectarse había iniciado con técnicas de relajación estilo mindfulness y, a poco, había perfeccionado esta técnica que después de una lectura sobre viajes astrales tuvo a bien realizar aquellas prácticas descritas. No estaba segura si alguna de ellas había tenido éxito completo pero ahora que analizaba quizás sí había logrado concretar alguno de estos viajes y esta separación del cuerpo físico y espiritual podría ser el causante de la necrosis del dedo índice izquierdo. ¿La falta de energía vital por ese lapso de tiempo pudo haber provocado fallas de circulación sanguínea en esa extremidad?

¿No es coincidencia? Pensó, que haya sido precisamente ese dedo. Recordaba con claridad su visita inmersiva en Toluca a la escenificación de la Capilla Sixtina y era ese dedo índice de la mano izquierda en la imagen de Adán que casi toca el dedo índice de la mano derecha del Creador y que se interpreta como el momento inmediato después de insuflar vida al primer hombre, pero también, la siempre dispuesta diestra de Dios de dar la mano al hombre y quien solo tiene que tener fe y voluntad de estirar un dedo para lograrlo en concordancia con el regalo del libre albedrío. Ahora, reflexionaba, también era posible la experiencia inversa, ser tocado por Dios y despojar al cuerpo del espíritu vital.  Eran divagaciones extravagantes para dar respuesta a esa manifestación física.

Su madre tenía explicaciones más aterrizadas a la vida terrenal y mundana: ¿no tendrás diabetes?

La mujer resolvió ir a un consultorio médico de una farmacia cercana. Llegó ahí arrastrando los pies y con el cubrebocas requerido por la pandemia declarada de Covid19. Se sintió incomoda en la pequeña habitación de espera por la poca ventilación. Esperó mientras el médico se desocupaba. Llegaron dos enfermos más, acompañados cada uno por otra persona. La ansiedad subía a medida que los minutos se acumulaban. Al fin fue su turno y volcó sus inquietudes al galeno que solo le recetó un bactericida con la consigna de regresar en una semana, no sin antes hacer la consabida prueba rápida de diabetes que resultó negativa. ¡Ahí la respuesta, madre! 

Al día siguiente, la quejosa se apersonó, muy temprano, en el laboratorio para realizarse todos los estudios de sangre y llevarlos con su ginecóloga para descartar otras posibilidades. Pero también decidió consultar a un dermatólogo, quien recetó algo similar al médico de la farmacia, más la sugerencia de inyectar nitrógeno líquido para quemar las células. Sin convencerse, la doliente, decidió buscar otra opinión y este le recomendó practicarse una biopsia que fue rápida en su escisión pero con resultados  con larga espera. En ese lapso, resolvió practicar la investigación en revistas científicas y sitios médicos para tener referencia de lo que podría ser. Encontró que la necrosis de su extremidad y el crecimiento de tejido podían tener un nombre "síndrome de reynaud" y que estaba asociado a enfermedades autoinmunes como lupus, esclerosis y artritis. Al documentarse supo reconocer alguna sintomatología que había padecido: entumecimiento de manos, pies y dedos, dolores de articulaciones, acidez estomacal y pequeñas manchas anulares en mano y brazo apenas perceptibles. Decidió entonces consultar al especialista de este tipo de dolencias, un médico reumatólogo. 

Así llegó a la consulta y salió cargada de una receta y más solicitudes de laboratorio para descartar lupus y artritis reumática. Siguió entonces el deambular para tener los estudios. 

Una compañera de trabajo que pudo ver su dedo cuando lo mostró en la pantalla de zoom le dio otra pista para la búsqueda. ¿No te habrá picado algún insecto? puede ser una picadura de arlomo. 

Nuestra enferma-investigadora jamás había escuchado sobre tal insecto, pero no podía descartar ninguna hipótesis. Así que podría ser, ella había estado en la playa y era época de lluvias por lo que pululaban insectos desde libélulas hasta hormigas. ¿Era posible? Ahora que veía la protuberancia más a detalle y que iba cerrando la herida provocada por la biopsia, le pareció que debajo de la dermis superficial dormían miles de huevecillos calientitos que darían lugar a pequeñas larvas y que se alimentaban de su piel y arterias. Se sentía como una pequeña incubadora ambulante. Decidió buscar una fotografía del citado animal y documentarse, lo que encontró le pareció un chiste cruel.

 Aquel bicho al parecer era una creación como la del Chupacabras, nadie nunca lo había visto, el insecto era una ficción del imaginario popular, pero si existía documentación de su picadura e incluso una cura con hojas de dos plantas llamadas también arlomo, una macho y una hembra (la que daba flores). Incluso se hacía referencia al lugar geográfico del sur de su estado donde hasta hacía poco existía una mujer que curaba estas afecciones y quien recientemente había fallecido. Coincidentemente en el lugar de playa en el que había estado.

Estos hallazgos, alimentaban sin duda su ansiedad y desazón que empezó a hacer mella en su ánimo. Hubo que organizar sus papeles y seguros, alinear pendientes, dejar orden en su oficina y hogar.  Por un lado, podía ser una madre subrogada de un parásito aprovechado que comía y degeneraba sus órganos para crear un ser mitológico del imaginario colectivo, por otro, podría haberse activado ese código secreto del DNA con una enfermedad autoinmune, crónica y degenerativa; ambas opciones la llevaban a un desenlace trágico e inminente.

Los estudios y las consultas con los médicos continuaron entre sueños interrumpidos por dolor e hinchazón, golpes accidentales dolorosos y la soterrada imaginación de larva en metamorfosis. 

La biopsia arrojó que el material era poco y que había que ejecutarse de nuevo. La solución que el médico dermatólogo indicó fue extirpar el neoplasma y estudiar el tejido para dar con el fármaco adecuado. Además, el reumatólogo encontró en las radiografías de sus pies bordes esclerosos que indicaban artritis moderada. Aunado a que sus estudios indicaron marcadores de sangre más colesterol dañino elevado con posibilidades de riesgo de problemas cardiovasculares moderados.

Entonces, ella resolvió hacer nuevamente su experimento metafísico con una disposición nueva y abierta, confiada se recostó sobre su cama, abrió ligeramente las piernas y colocó sus brazos estirados a sus costados, las palmas de sus manos hacía arriba, sus ojos cerrados y en respiración profunda pronunció aquella sílaba secreta, la de la eternidad suprema. Mientras uno de sus dedos, el de la escisión se estiró un poco más como tocando algo en la nada. Una exhalación y reinició.









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