Con bolas azules
Bertha caminó hacia la puerta. A los tres o cuatro pasos, dio media vuelta y encaró con ojos humeantes, con desafío y sin temor a aquel que ayer, todavía, pensaba era su amor verdadero. Hoy no. Había dejado de escucharlo desde hacía rato, su voz no alcanzaba a propagarse, ella bloqueaba con su pensamiento todo intento. Masculló una maldición y regresó a su camino hacia esa prometedora puerta que se abría como única posibilidad de escape. Tras ella estaban otras alternativas, invisibles para ella pero deseosas de aparecer a la menor oportunidad. Ella lo intuía pero, a ciencia cierta no lo sabía, solo buscaba apresurarse para alejarse de lo que había sido su vida un minuto antes. Caminar sin volver atràs, no sería como la mujer de Lot. Sabía que si se volvía se convertiría en un ser sin voluntad.
El temor la hizo valiente. Se echó a sus espaldas los miedos añejos y cargó con ellos que, al hacerlos palpables le parecieron ligeros, incluso empezaron a tomar consistencia pulida. Al caminar se sacudió y aquel manojo de miedos cristalizados volaron en añicos. Se balanceó ligera, sintiéndose dueña de sí misma, caminó más rápido. No tenía rumbo. Oró para que se le mostrara el verdadero camino. Tras mucho andar se sentó en el camino ondulante. Disfrutó de la brisa y el viento que se estrellaba en su cara. Empezaría a anochecer y seguiría sola en esa vereda. ¿Qué vendrá mañana? Se preguntó y nadie respondió. Estaba sola. Había que aprender a disfrutarlo. Con bolas azules, su vestido, sobre el pasto, se extendió completa de pies a cabeza.
El temor la hizo valiente. Se echó a sus espaldas los miedos añejos y cargó con ellos que, al hacerlos palpables le parecieron ligeros, incluso empezaron a tomar consistencia pulida. Al caminar se sacudió y aquel manojo de miedos cristalizados volaron en añicos. Se balanceó ligera, sintiéndose dueña de sí misma, caminó más rápido. No tenía rumbo. Oró para que se le mostrara el verdadero camino. Tras mucho andar se sentó en el camino ondulante. Disfrutó de la brisa y el viento que se estrellaba en su cara. Empezaría a anochecer y seguiría sola en esa vereda. ¿Qué vendrá mañana? Se preguntó y nadie respondió. Estaba sola. Había que aprender a disfrutarlo. Con bolas azules, su vestido, sobre el pasto, se extendió completa de pies a cabeza.
Sus brazos en compás, almohada, sus manos entrelazadas bajo la nuca y su vista extasiada se zambullió en las estrellas. Se pensó polvo de estrella muy lejana. Muy temprano con una sonrisa sé asomó, qué visión más extraña la de esa enorme bola azul. Una puerta como Alicia descubrió, al espacio infinito tras un hoyo se escapó y polvo de estrella se volvió.
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