Mente inquieta
Mente inquieta
Recién he visto un capítulo de la Temporada 3 de la serie
inglesa The Crown y, es el primero que me ha atrapado en un cuestionamiento
existencial y, de alguna manera, pareciera cercano a ciertas experiencias
personales. Este apartado trata, en particular, de la experiencia del duque
Felipe y la casa real en los tiempos de la llegada a la Luna. La atmósfera
expectante del televidente que atiende a una proeza humana inimaginable, la del
humano que posa sus pies sobre el suelo lunar. Vemos al duque que observa las
imágenes, el ambiente festivo de celebración de una hazaña y escuchamos las
palabras de gloria de los astronautas que hace más de cincuenta años se han
repetido hasta el cansancio. El dubitativo personaje cavila de continuo y la
reina lo observa de soslayo. Por ciertas escenas, que no describiré, podemos
atinar a predecir que en su cabeza hierven preguntas existenciales con las que
sopesa su vida resuelta y repleta de mundo. En cierto momento, tendrá la oportunidad
de conocer a los tres astronautas valerosos y, solicita la oportunidad de
conversar con ellos en privado, ahí lo vemos planificar esas preguntas que
nosotros también nos hemos formulado. En esta escena de encuentro, vemos a esa
mente inquieta tratar de entablar ese diálogo rumiante con aquellos que
representan la valiente otredad que ha vivido una aventura quijotesca. El
diálogo no se presenta, las preguntas chocan ante una limitada realidad, el
duque frustrado al darse cuenta de que sus preguntas jamás serán respondidas en
el nivel ideal que requiere, renuncia a hacerlas al ver que son atendidas desde la perspectiva terrenal, en cierta forma, estos hombres han ido a los
confines de los límites humanos pero no han tenido la oportunidad de
reflexionar en lo que este evento significa más allá de la ciencia y la técnica. Se han
limitado a indicar que tenían protocolos de actuación específicos, checklist y
disciplina que les ha permitido lograrlo, estaban ocupados y no tuvieron tiempo
para meditar y atesorar ese momento mágico y único. Y en ese tenor continúan,
pues los jóvenes, aprovechan para hacer sus preguntas sobre ser parte de la
monarquía y la vida en un palacio. Ignoro cuanto de este capítulo está basado
en hechos reales, pero aunado a esta confrontación terrenal-existencial, como
telón de fondo también ocurren escenas de conflicto entre este personaje y la
propia religión que derivan en un reconocimiento de la necesidad de la fe y, en
cómo la razón, la palabra y el ejercicio del diálogo verdadero requiere de
otros que compartan las visiones del mundo.
De ahí que, estoy convencida de que cada persona tiene una
única e individual forma de valorar el mundo y la experiencia de vivir. Como
piezas en un tablero de ajedrez donde cada uno tiene su lugar y puede moverse
conforme a las reglas que el juego de la cultura y sociedad le han dispuesto,
puede darse el caso que ese tablero se amplifique o cambie si llega a él un
nuevo jugador que cuestione, sorprenda y rete la forma tradicional de moverse.
Aquel que despierte a la vida y salga del estatus establecido y se vea a sí
mismo con un fin mayor, uno que le permita su propio destino de trascendencia.
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