Verano

Sucedió un día, cuando dejó de pensar que la vida podía colorearse tan sólo de rosa. Cerró ese cuaderno desgastado que la había acompañado desde que su padre se lo regaló aquella navidad de 2008. Curiosamente pequeño, regordete, repleto de hojas en blanco y con un diminuto candado. Para tus sueños, mi princesa, había dicho entonces.Quince veranos con sus respectivos otoños, inviernos y primaveras habían dejado huella tras esos trazos de adolescente temprana que en sus primeras páginas dejaban adivinar a la mujer en la que se terminó por convertir. Caminó hacia la calle y en un bote de basura lo arrojó sin voltear siquiera. Vamos dando vuelta a la página, pensó y apurando sus pasos cruzó la estación del autobús.
Podemos imaginarla agitando el cabello dorado hasta más allá de su cintura, meciendo sus brazos casi en trote marcial. Su bolsa verde militar, las botas a la rodilla y su camisa casual atada por un cintillo a la cadera le daban el carácter de saber tomar al toro por los cuernos. Y sin embargo, esta apreciación, mis estimados lectores, es lamentablemente, incorrecta. Pero por ahora, no puedo decirles más. Sigámosla y juzguemos si podemos descubrir su yo verdadero.
Decidió caminar hasta la juguetería donde, a últimas fechas, tiene un trabajo parcial con el que puede pagar parte de sus gastos mientras que termina el doctorado en telepresencia. La beca de manutención  que le asignaron hace ya más de un año le ha sido insuficiente. Los libros electrónicos especializados suben de precio desde que los de papel han dejado de circular. Bibliotecas resguardan con celo sus acervos y el préstamo ha desaparecido. Sólo aquello que ha sido digitalizado puede consultarse y Google controla mediante una módica cuota su consulta en línea. Pero, el fantasma de la censura otrora descartada por la libertad de Internet está presente tras los algoritmos de búsqueda semántica que empresas, en aras de maximizar sus ganancias, programan para favorecer a los sponsors. La juguetería abre sus puertas, por así decirlo, las veinticuatro horas. Ella, es solo una de las 4,800 personas que trabajan en esta tienda de entretenimiento virtual para niños, jóvenes y adultos de todo el mundo. Juguetería, término fuera de moda para estos tiempos modernos pero que permite darle un carácter retro y comercial que incide en la percepción del consumidor de vivir en el futuro sin soslayar aquellos buenos tiempos en los que la experiencia sensorial tangible de la realidad nos hacía sentir vivos y especiales. Sus estudios de telepresencia son los que le abrieron la oportunidad de formar parte de las cuadrillas de diseñadores que generan este tipo de experiencias cada vez más socorridas por la abundancia del tiempo libre y que sólo los "análogos" como ella, pueden simular por estar en la brecha generacional que permitió formarlos entre el viejo estilo tradicional y lo nuevo netamente digital.
Esta característica le permite tener un trabajo flexible en el que puede estar físicamente presente como no estarlo y, que a sus compañeros, de distinta generación llamada cyborg, desagrada puesto que ellos acostumbran sólo trabajar a distancia, tras su computadora en casa, desde cualquier lugar del mundo, arropados en extravagantes avatares que deambulan en el edificio físico de la juguetería como fantasmas, sin tropezar y con expresiones vacías, a veces acompañadas por su voz sintética que modulan a su conveniencia según sus distantes estados de ánimo.
Carmina, nuestra ahora, casi amiga, se muestra taciturna. La vida para ella, en este mundo del ayer futuro es una tremenda realidad de soledad.

II


Debió decir no. Pero el deseo de sentir un abrazo real era más intenso cada día. El contacto persona a persona, casi desaparecido, le era preciso a su piel. Él lo sugirió con cierto miedo, ella recurrió a su instinto al responder con un "¿dónde nos vemos?" sin analizar las posibilidades futuras. Reaccionó a fin de cuentas como una mujer huérfana y en su mente se dibujaron íconos de felicidad aumentada.
No había tenido contacto real con él salvo, tras su teletransmisor. Vivían en la misma ciudad aunque en distintos suburbios un tanto alejados. Habían tenido innumerables citas, todas virtuales, incluso habían viajado a París y paseado por el Sena. Se habían leído uno a otro versos de Paz y jugado cartas. Intelectualmente eran afines, ahora verían si alguna reacción química podría surgir entre ambos. Para ella, educada en la convergencia tecnológica le resultaba imprescindible sentir el roce de pieles, el olor propio de los cuerpos, ver, tocar y sentir la hacía sentirse viva y no sólo ser una representación digital.


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