Encuentro violáceo


El tinte violeta que sus ojos desprendían me sorprendió de momento. No esperaba que tras esas pestañas bajas estuvieran cobijados dos imanes. Obligué a mi cerebro  a desconectar mi vista de esa magnética energía sublime, cerré los ojos y en mi mente apareció su reflejo inverso. Mientras tanto sonreías divertida. Repuesto, me centré en la petición primera, y pregunté de nuevo, ¿el señor Martínez? tengo cita a las once, me escuchaste atenta con la pluma en tus labios jugueteando con tu lengua. Media vuelta diste para consultar la agenda, Outlook, me dije. Efectivamente, si hay una cita, su nombre es… Carlos Darwin, completé.

Como siempre, mi nombre despertó la sonrisa, sí… como el de la teoría de la evolución, la culpa la tiene mi padre. Pero que pecado he de estar pagando, el karma se hereda decía papá ni modo me tocaba a mí tomar venganza, a mi tampoco me fue fácil ser Carlos Marx. Vaya familia la mía, por qué hacer caer sobre sus propios hijos la misma piedra. Pero mis hijos, convenía yo desde hace tiempo, jamás sufrirán con ello, no les heredaré fortuna, pero, al menos, tampoco nombres cargados de historia, suficiente será que tengan como padre a Carlos Darwin. Si, Darwin Ocampo, recalqué acallando mis pensamientos familiares. Espere, un momento, que aviso, tome asiento, no tardo. Tomaste el teléfono mientras me acomodé en las sillas de espera como perrito entrenado saboreando un hueso,  no cesaba de mirarte. Sr. Martínez, escuché, si …Carlos Darwin, lo sé a mi también me pareció una broma pero así se llama, cuchicheaste.  Que pase, señalaste la puerta con la envidiada pluma. Gracias señorita, ¿cómo puedo llamarla? Parpadeaste una y otra vez, y una vez más y coqueta titubeante, Violeta, me informaste. Qué maravilla de padres, qué suerte de nombre, Muchas gracias, Violeta, qué alegre y fresco es pronunciarlo, liviano en el aire, lozano. Cuando salí de la oficina de Martínez no encontré ni el suave perfume, Violeta, te fuiste.

            Si dejé que los días pasaran no fue porque no pensara en ti, sino porque en ti recreaba los minutos ya distantes. No podía presentarme de improviso, qué diría, Violeta, te extraño, no. Dejé pasar cuatro días y cinco más, después un mes, aunque no era mi rumbo me perdí por el vecindario de tu oficina varias veces, no te vi ni de cerca ni de lejos. Te habría reconocido por tu cabello negro ondulante que ahora recuerdo abundante y espeso.

No te vi caminar pero de seguro sería un andar prudente, sosegado, acostumbrado al interés del transeúnte. Violeta te he idealizado, necesito verte, bajarte del pedestal. Llamo a tu oficina, sí, cita con el Sr. Martínez, no está, cuándo regresará, muchas gracias, con quien tuve el gusto, ah Violeta, me recuerda soy Carlos, sí Carlos Darwin. Claro, bendito sea mi padre, ella recuerda mi nombre. El día 9 de agosto, claro, agendo la cita, un gusto saludarla.

            Tus ojos Violeta, están apagados, qué te ha ocurrido en tan poco tiempo, te saludo y apenas contestas en forma cortés con un, hola, ahorita lo atiende el Lic. Martínez. Espero, no eres la misma, escribes callada, solo se escucha el sonido de las teclas que presionas en forma pausada y cansada. Suena un par de veces el teléfono, contestas y en tu voz se detiene el tiempo, arrastras las silabas, como tus pupilas sobre la pantalla. Cierto, no eres ya una chica adolescente, eres una mujer entrada en años pero muy hermosa.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Pedazo de cielo

Divagaciones sobre un dedo enfermo

Retazos de tiempos