La jicama que quiso vivir

Hace un año, más o menos, que la línea de mi vida tuvo una intersección con la de una jicama. No es una broma, me la encontré como se encuentra uno a los tomates o las papas, en el supermercado. Estaba como cualquier otra jicama haciendo peripecias acrobáticas en un montículo perfectamente diseñado por un joven creativo y trabajador que piensa como escenógrafo de porristas de high school.
Las amas de casa como yo, que poco admiramos el arte del acomodo vegetal y que solemos traer la lista de pendientes en la cabeza, nos dejamos llevar por el inconsciente consumidor del que tanto se ha escrito sin percatarnos que somos sujetos de estudio. En este laboratorio de la conducta humana del proceso de elección de compra tuvimos nuestro primer contacto visual. La vi y la tomé entre mis manos poniéndola en el carrito de compras. Ella se dejó guiar por mí y me estuvo acompañando en mis otras elecciones de productos. Llegó a casa conmigo y la coloqué en un plato grande de cristal junto a otras especies como manzanas, pepinos y naranjas que no ocupan refrigeración si se consumen en pocos días. Así, sin darme cuenta pasó una semana, mientras que sus acompañantes eran elegidos por los dientes de mis hijos y marido, ella permaneció quieta y paciente. Volví al supermercado y volví a darle compañía. No sé cuanto estuvo así, sólo sé que cuando la imaginé en tiritas con limón y chile no pude evitar tomarla con cuchillo en mano. Hasta ese momento no me había dado cuenta de su elección, ella había tenido el tiempo suficiente para decidir. Había sopesado los inconvenientes pero también las oportunidades y decidió vivir. La miré incrédula, quien era yo para coartar su firme elección. ¿La lavaría y quitaría esa incipiente ramita con una hoja que había nacido en su cabecita? ¿Cortaría esas patitas de raíces que se desarrollaron gracias a la humedad ambiental? Me sentí el verdugo medieval que intenta cumplir la sentencia. Bajo esa capucha sopesé hacer valer la lógica humana de la cadena alimenticia. Ella es un vegetal, yo un ser superior que requiere alimento. ¿Matarla? Quitar la vida, los sueños y las esperanzas a alguien que claramente lucha por una decisión que le fue arrancada sin preguntársele cuando la sacaron de la tierra de cultivo. En todo esto pensaba cuando una luz esclarecedora me hizo darme cuenta de que yo también podía decidir. Así que lo hice y me sentí magnánima. La adopté, tentativamente, como una lección de voluntad que me serviría como fábula viviente para la familia. La ayudaría en su elección. Así que tomé una vasija y le puse un poco de agua. No dije nada más y la dejé continuar en la cocina. Los días pasaron y aquella rama creció y creció con más hojitas. Mi esposo preguntó y mis hijos también, les conté la historia de mi elección a raíz de la decisión indiscutible que la jicama había manifestado. Se rieron pero continué mi discurso  de lo que la jicama era para mí. Ella era un ejemplo de voluntad. Hijos, les dije, sí ustedes tienen voluntad y se aferran con convicción y entereza a sus sueños, encontrarán oportunidades que aprovechar, si en cambio, renuncian al esfuerzo y se dejan llevar por lo que otros decidan, no echarán raíces ni serán ramas que abracen ilusiones. Desde entonces, esta jicama se ganó el derecho de adornar con su verdor mi jardín y tiene como compañeros un nopal, un rosal, una oreja de burro y una  planta de nochebuenas a las que constantemente abraza con sus ramas y a las que de cuando en cuando corto porque, es tanta su alegría y ganas de vivir que en su afán de sostenerse puede asfixiar o empalagar con su cariño a quiénes la rodean. Y pienso en esta maestra jicama tan inspiradora, que como madre, con nuestros mimos y cuidados también podemos, sin querer asfixiar a quienes nos acompañan en este jardín que es nuestra vida.









Comentarios

  1. Acabo de leer lo que publicaste de los aprendizajes tan significativos que tuviste con tu papá. Y no pude evitar buscar la historia de tu jícama :) muy bonita reflexión y coincido contigo, hay que aferrarnos a lo que nos mueve y hace felices. Saludos Virna.
    Myrna Gro.

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