La llave maestra
Vivo en una ciudad donde el Sol ilumina y calienta de lleno. Una ciudad donde la luz se cuela y verdea los campos. El agua de tres afluentes cruza su corazón de cemento mientras los puentes peatonales se pelean por los transeúntes. En sus riberas, niños y familias enteras se reúnen sábados y domingos. Ahí juegan, descansan, se ejercitan, conversan, pasean y disfrutan de la naturaleza. Esta ciudad, como muchas otras, adolece de un tráfico vehicular que estrangula sus arterias principales. También su crecimiento expandido ha debilitado zonas del antiguo centro que por las noches luce desierto en contraste con el tránsito diurno. La luna brilla casi siempre esplendorosa y suele seguir a los niños que la observan con detenimiento, sobre todo cuando van en la caja trasera de una camioneta en movimiento. Aunque mi ciudad está llena de luz directa y luz reflejo, además de luminarias en sus calles, casas y riberas de los ríos, sorprende la oscuridad.
Hay sombras que asaltan, roban, hieren y matan. La justicia con ojos vendados no acierta, a veces alguien le miente, le cargan los dados, la suerte. Los seres de luz se enfrentan a ráfagas de soplidos de lobos negros que aúllan y ensordecen. Se mueven conflictivos escondiéndose a plena luz. Las notas del diario contabilizan las bajas de una no guerra. Los oscuros se yerguen triunfantes sumando en sus huestes a jóvenes infantes que imitan al "fuerte", a quien habla golpeado, impone sus leyes y compra a la gente. Apagan las mentes, borran bondad y ahuyentan la fe. Zombis autómatas, programados en el dulce cántico de la liviandad, de la vida buena, fácil y, corta. Hombres y mujeres, sin distinción, caen en sus redes formando familias endebles en las que las tenues llamas de conciencia se ahogan. Aunque hay veces que, resilientes, las luces pequeñas se avivan cuando alguien las insta a sobreponerse, a brillar más fuerte, a tener esperanza, a decir la verdad que no miente. Los seres así, iluminados, escuchan una voz interior viva que los hace autosuficientes y proveedores de luz para combatir tinieblas. En mi ciudad, en mi estado, en mi país, en mi mundo hay luz y oscuridad, hay día y hay noche, como en cada uno de nosotros hay un fuego que se aviva o languidece en función de nuestras acciones. Luego entonces, el libre albedrío es la llave que mueve al mundo.
Hay sombras que asaltan, roban, hieren y matan. La justicia con ojos vendados no acierta, a veces alguien le miente, le cargan los dados, la suerte. Los seres de luz se enfrentan a ráfagas de soplidos de lobos negros que aúllan y ensordecen. Se mueven conflictivos escondiéndose a plena luz. Las notas del diario contabilizan las bajas de una no guerra. Los oscuros se yerguen triunfantes sumando en sus huestes a jóvenes infantes que imitan al "fuerte", a quien habla golpeado, impone sus leyes y compra a la gente. Apagan las mentes, borran bondad y ahuyentan la fe. Zombis autómatas, programados en el dulce cántico de la liviandad, de la vida buena, fácil y, corta. Hombres y mujeres, sin distinción, caen en sus redes formando familias endebles en las que las tenues llamas de conciencia se ahogan. Aunque hay veces que, resilientes, las luces pequeñas se avivan cuando alguien las insta a sobreponerse, a brillar más fuerte, a tener esperanza, a decir la verdad que no miente. Los seres así, iluminados, escuchan una voz interior viva que los hace autosuficientes y proveedores de luz para combatir tinieblas. En mi ciudad, en mi estado, en mi país, en mi mundo hay luz y oscuridad, hay día y hay noche, como en cada uno de nosotros hay un fuego que se aviva o languidece en función de nuestras acciones. Luego entonces, el libre albedrío es la llave que mueve al mundo.
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