¿Quién quiere ser un soñador?
Había una vez un soñador que pensaba que el mundo era un espejo. Así que para ver cosas bellas a su alrededor empezó con un simple gesto: extendió sus labios, levantó las comisuras de su boca, enseñó media dentadura y una sonrisa, inicialmente formada, se esbozó en su rostro. Empezó a ver que otras personas cambiaban su expresión cuando lo veían, así que siguió sonriendo como una vestidura.
No siempre le era fácil, sus ojos veían en los cruceros viales a niños, jóvenes, adultos y ancianos en precaria situación. Cuando salía a caminar y cruzaba bajo los puentes, observaba con tristeza las rudimentarias formas de vida de conciudadanos. ¿Cómo sonreír ante esta situación?
Necesitaba accionar otras actitudes. Ofrecer monedas, alimento, zapatos y vestido eran una medida inicial, el soñador empezó a vender su sueño y muchos soñadores como él se sumaban a la cruzada. Pero el alivio era momentáneo, no había un cambio de fondo. El soñador no desistía, así que mientras el ejército de soñadores asistía las necesidades básicas, hubo otro conjunto de personas que se embarcaron en el proyecto de que las políticas de empleo, educación, vivienda, salud, justicia y seguridad contribuyeran a aliviar las inequidades. Pero, las cosas no eran sencillas, una semilla maligna solía aparecer consistentemente en las personas cuando había que seleccionar entre el bien personal y el bien común. La corrupción contribuía a corroer las estructuras institucionales que se tambaleaban y, todo se veía en resultados a corto plazo. Algunos soñadores despertaban y empezaban a preferir la indiferencia; para qué esforzarse si todo seguía igual. Otros no cejaban, si no podían ayudar en especie o con tiempo adicional a otras causas fuera del trabajo o de su casa, si podían hacerlo desde donde se encontraran. Preferían el anonimato callado pero constante en su actuar como personas de bien, justas, formadoras de nuevos soñadores en potencia. Si los medios, las redes sociales y las conversaciones giraban en el hastío, el hartazgo, la crítica simple y sin sustancia, ellos brindaban la otra mejilla, esa actitud propositiva, accionaria, emprendedora, pro activa, no había que atacar con sorna, había que actuar con legalidad, justicia y ética. El país del soñador tenía en su haber una rica historia de soñadores conocidos y desconocidos, algunos de ellos ensalzados en fiestas nacionales, otros bajo la sombra oculta de la opacidad histórica de los vencidos. Los distintos soñadores tenían un sueño común, la visión optimista de que, cada uno de ellos era el motor de cambio, se asumían hacedores o contribuidores para realizar ese sueño. Los indiferentes se mantenían estáticos, esperando un cambio externo. Los pesimistas colocaban bloqueos neutralizando fuerzas y haciendo resistencia. Pero había otros, los oportunistas que sólo aprovechaban los vacíos entre unos y otros para arrastrar agua a su molino, jugaban entre los grupos haciendo coaliciones; el bien común, la ética y el futuro valían un comino. El dinero fácil, lo instantáneo, lo superfluo guiaban su camino. Los valores, de unos y otros, germinaban con el tiempo como semillas en el campo de la familia; otros no alcanzaban a desarrollarse, sufrían mutaciones en el vaivén de las sociedades. El mundo del soñador podría pensarse destinado al fracaso, pero quien siembra en corazones la Buenaventura del esfuerzo personal para cambiar el entorno circundante a la luz del bien, mantiene la semilla de la esperanza. ¿Quién quiere ser un soñador?
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