Cap. 1 - Dime que fue sólo un sueño
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Dime que fue sólo un sueño
I
El espejo ha sido un
instrumento constantemente asociado a la mujer y considerado, equivocadamente,
objeto narcisista sin saber que es la lente con la que toda mujer se busca.
Tell
me it was just a dream, eran las palabras que permanecían en su cabeza, my husband. Dejó de escuchar el podcast
pero en su mente permanecían activas las neuronas espejo, reflejo encendido del
poema de Wendy Rose en su memoria.
Guardó el Ipad y se refugió en los quehaceres
propios del hogar que de rutina cumplía cada sábado con más rigor que los otros
días de la semana.
Había que mirar con expectativa el futuro,
el lunes tenía una entrevista de trabajo. Su experiencia en la búsqueda de
empleo no sólo fue infructuosa durante la semana previa, sino exasperante.
Lunes, entrevista en una imprenta donde una cara dura le preguntaba por qué
quería trabajar si era una guapa mujer. Como si la belleza fuera un impedimento
y con ello tuviera todo asegurado. Martes, en una institución bancaria le indicaron
que sus estudios de finanzas eran un mero adorno, pues sólo contrataban basados
en el perfil de su fotografía, y con su buena percha podría ser cajera o
asistente de dirección, siempre y cuando no fuera casada ni estuviera encinta.
Miércoles, asistió a un examen para un concurso de plaza en una empresa
agrícola, al llegar se sintió reconfortada al ver tanto hombres como mujeres
dispuestos a ocupar la vacante vía sus méritos aunque en el trato del personal
observó ciertos detalles no equitativos para hombres y mujeres. Jueves,
entrevista en una agencia de automóviles, todo iba muy bien, salvo que después
se enteró que a ella le habían dado a conocer un sueldo menor que el ofrecido a
un excompañero de generación para un mismo puesto. Viernes, de casino, donde le
brindaban flexibilidad de horario y oportunidades para desarrollar la
competencia de administración del personal.
En forma mecánica, había encendido la
lavadora y, por medio segundo, asumió que la ropa a lavar estaba dentro. Se dio
cuenta que había omitido este paso y corrigió su error. Su grácil cuerpo dentro
de shorts de mezclilla y camiseta rayada la hacía verse aún más joven. Algo que
no le hacía nada de gracia, porque sentía que esa juventud le restaba respeto.
La vanidad no formaba parte de su
personalidad, aunque su pelo largo y lacio sumamente cuidado parecía indicar lo
contrario. Tampoco se consideraba una beldad aunque varias veces la habían
denunciado para ser partícipe del certamen estatal de belleza. Eso no le
interesaba, las letras y los números siempre habían sido su fascinación. En
esta comunidad donde la belleza y juventud son bienes preciados, eran para ella
efímeros y simples formas de escape hacia la vida fácil y de lujo. No eran solo
leyendas urbanas, con nombre y apellido conocía a chicas que habían sido
arrastradas por el brillo mágico de la luces de autos último modelo, de
hebillas plateadas y cadenas doradas. Le parecía difícil abstraerse del mundo
que la rodeaba.
No recordaba cuándo había sido, ni cómo se
dio cuenta, pero su conciencia despertó. De pronto, empezaba a cuestionarse
muchas cosas. El ruido de la calle, la música, los autos, las pláticas, las
constantes recomendaciones de sus padres, los comentarios de vecinos, las noticias,
las tradiciones y sus valores se convirtieron para ella en escenas de una misma
realidad apertrechada a la sombra de las costumbres de una sociedad enferma y
ciega.
Atareada como estaba en sus labores
sabatinas, no recordó que a las once llegaría por ella Artemisa, su amiga de la
infancia, que cuando escuchó el toc-toc de la puerta pegó un salto y al caer de
vuelta al suelo sintió un dolor en el tobillo. Mientras gritaba, Voy, se sobaba
la pantorrilla y, sosteniéndose de la barra de la cocina avanzó hacia la
puerta, sin dejar de quejarse.
Artemisa con sus ojazos y con los labios fruncidos
en una mueca de inacabable espera, la espetó con un, Qué pasó chica, cómo que
no estás lista. Un no tienes remedio, te pasas, no me hubiera levantado tan
temprano cayeron uno tras otro.
Cálmate, Arte. Mira que me pegaste un susto
y hasta me lastimé el pie. Por eso no te abrí rápido. Y sí, se me olvidó por
completo que ibas a pasar por mí. Es que he tenido una semana de… pero pasa y
siéntate, toma una manzana y espérame que no me tardo nada en estar lista.
Desde su cuarto le platicó la odisea de su búsqueda de empleo. A lo que
Artemisa, sólo asentía, movía la cabeza y, al menos dos veces la interrumpió
para decir, qué igualdad ni que ocho cuartos, pura discriminación. Ya ni me
digas, por eso valemos pura...
Qué te digo Arte, ya sabes que no me gustan
esas expresiones pero estoy de acuerdo contigo, seguimos perdiendo el
rumbo, bonito siglo 21. Ni el consejo de
Woolf de tener un cuarto propio y dinero quincenal nos ha servido. Ahora somos wonder woman pero no como Linda sino un
espécimen que se deshace en tratar de demostrar que podemos no sólo trabajar en
espacios masculinos, sino que lo hacemos en múltiples pistas a la vez, como en
un circo.
Al decir circo, sus pensamientos volaron de
vuelta al poema de Julia, y las palabras de Artemisa las escuchó lejanas,
aunque ahora ya estaba sentada junto a ella. No te digo, yo por eso no me caso.
A mí lo que si me gusta es la party,
la fiesta y, a propósito, hoy salimos en bola al antro. Y te prometo que, esta
hermosa mujer liberada y masculinizada, se va tomar sus buenas cervezas pero
sin hacer el teatrito de la vez pasada. I
promise, really.
Mmm no, olvídalo yo contigo a una fiesta no
voy Artemisa, se escuchó decir. Mientras su cabeza, negaba y, su amiga, se
levantaba divertida y la jalaba diciéndole, anímate, vámonos que se hace tarde,
luego te convenzo niña fresa.
Salieron las dos riendo. Eran una pareja
singular, formadas en la misma ciudad, en la misma escuela y en ambientes
familiares similares. Y sin embargo, distintas en su personalidad. La una
sosegada e introspectiva, la otra, arriesgada y extrovertida. Artemisa en lugar
de números había optado por el arte, tatuado en su nombre y, en contraparte le
enfadaba el rezo de su madre hacia su
constante letanía de “deberes”, “sé más ordenada”, “modérate con tus
comentarios”, “actúa como señorita responsable”, “no bebas”, “llega temprano”, “avisa donde andas”
y, por ello, la segunda parte de su nombre la hacía reír al referirse al tino
de sus padres de nombrarla Arte-misa, pues así le habían predeterminado un
destino de sermones. Una dicotomía de espíritu libre contra uno atado a reglas
y convenciones de civilidad que a ella le valían un carajo. Esta mañana las dos
amigas salieron a recorrer las calles para tomar fotografías de los poemas que
el grupo de Artemisa había diseminado por el centro de la ciudad en su deseo de
inspirar un cambio mediante las palabras. En lugar de grafiti ilegible, habían
escrito frases poéticas aquí y allá de manera anónima.
Se bajaron del camión que habían tomado en
la colonia Las Quintas y al que habían dejado en Juárez y Paliza. Artemisa
dirigía el trayecto, vamos primero por Hidalgo y Paliza. Unas cuantas cuadras
sobre la banqueta, y después de dar y recibir codazos por la multitud que ahí
circulaba y la estrechez de la acera, encontraron el primero. Da un beso y multiplícalo en forma recíproca
firma, movimiento poético. Dayana leyó despacio y tomó la foto. Artemisa
se colocó al lado del letrero y besó al primer hombre que pasó. Éste
sorprendido la empujó y ella sólo le señaló divertida la frase pintada en la
pared. Dayana tomó el instante en el que el sorprendido peatón sonrió mirando a
su amiga y, él, divertido, besó a una niña que pasaba. Pronto había ahí una
cadena de personas observando la frase, tomándose fotos en pareja, en familia y
los besos se multiplicaban. Artemisa y Dayana siguieron con su trayecto. Mientras
en Tuiter aparecía esta intervención activa en Culiacán que se multiplicó en la
redes. La siguiente parada fue frente al Museo de Arte donde se leían las
palabras Mujer, sonríe si tienes el valor
de cambiar tu destino. Artemisa fotografió a una Dayana a la que, en
primera instancia, no asomó ninguna sonrisa, después de estar unos minutos
frente a las letras y pesándolas en la magnitud en que la que su espíritu
femenino se zambullía, sonrío acompañándose con una mirada decidida y aturdida.
Desconocía entonces el impacto que este momento, aparentemente inofensivo,
tendría en su futuro cercano. En cambio, Artemisa en su espíritu libre tomó
prestada la imagen de una Mona Lisa, difusa y apacible. Una foto drástica y opuesta
a su temperamento cotidiano. Siguieron fotos de distintas mujeres que
accedieron a tomarse la foto, cada una con una expresión diferente, algunas
sonreían, otras permanecían estáticas, unas más se carcajeaban con la
ocurrencia pero en ninguna apareció la indiferencia. Había en ellas una conciencia
de lo que la palabra “mujer”, “valor”, “cambiar”, “destino” significaba para
cada cual. Frente a una tienda de telas en la Catedral, la frase El trabajo y la economía son la mejor
lotería; en la estrecha calle de Morelos entre Buelna y Ángel Flores se
leía, La realidad se crea con sueños,
eran las palabras que resonaban para unos y, para otros, calladas acompañantes
del tráfico de la ciudad del sábado al mediodía en un caluroso día del mes de
julio.
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