Cap. 3 - Dime que fue sólo un sueño


El hilo con el que cada cual teje su  vida tiene un fin, puede terminarse la madeja o ser cortado bruscamente.

La mañana del domingo amaneció con una leve y cálida llovizna. Dayana abrió y entrecerró los ojos, la luz del día inundaba su cuarto. Mientras en su mente se decía, I wake from warm and today is still today, summer sun and quick rain, tomando esos versos descontextualizados para hacerlos suyos en un instante soñoliento.

El sábado se había alargado y, en su prisa, había tomado ya varias horas prestadas al domingo. Dayana se estiró cual larga era, si alguien pudiera haberla visto a vuelo de pájaro sobre su cama como desde un helicóptero, pelo revuelto y cubierta con una ligera sabana verde de lunares blancos dejando escapar parte de sus muslos y brazos a la intemperie e, incluso, uno de sus pechos que se escabullía casi fuera de su camisón, habría pensado que era el vasto valle de Culiacán, con sus verdes sembradíos y retozando allá la Sierra de Tamazula; aquellas hondonadas negras de pelo, las grietas surcadas por los ríos y; el pecho rebozante, el Cerro de la Campana.  Porque la geografía de su cuerpo la apuntalaba como un pequeño punto rojo de Google Maps señala los sitios referenciados geográficamente. Y así, del helicóptero que sobrevolaba la cama hemos brincado de lo inmediatamente real a lo virtual y vemos a Dayana allá desvanecida en la lejanía del zoom que nosotros hemos activado para alejarnos de ella y, asomarnos ahora por el mismo método a Artemisa que se revuelve como torbellino sobre su cama mientras su madre la llama para desayunar e ir a misa. No mamá, no quiero ir, vayan ustedes, estoy súper desvelada, déjame reponer. Me vas a matar de un coraje, pero qué pecado habré cometido que me castiga así, cuándo sentarás cabeza y te casarás. Dónde está el valiente, madre. No me interesa casarme, lo que sí es que pronto me iré a vivir a un depa como Dayana. Seré independiente, no quiero cuarto propio quiero casa y vida propia. Contigo siempre es la misma niña, me voy a misa, a encomendarte, a redimir mis pecados y a rezar por ti para que cuando tengas hijos no tengas que pasar por lo que paso contigo. Anda pues, mamá, se te hace tarde y déjame seguir durmiendo.

A la distancia, un disparo, entre gritos, dos más que cortan de tajo la rutina del domingo por la mañana. Ninguna de nuestras bellas durmientes lo escucha, pero nosotros en esta omnipresencia lectora descubrimos el resquicio que nos muestra la escena: una joven sangra al pie de su cama; en otra habitación, un padre muere por propia mano y una madre sufre espasmos mientras los ojos llorosos del hijo adolescente retienen lágrimas y marca, desencajado, el número de emergencias. Todo en blanco y negro, salvo la sangre que se mantiene intacta en esencia.

Mañana, ellas como los demás se enterarán por el periódico de lo ocurrido. Y de nuevo, aparecerá el concepto jurídico de feminicidio para nombrar al homicidio causado por cuestiones de género, y la cuenta progresiva de la prensa se incrementará quedando en número la muerte de la hija y de la madre.  Aparecerán declaraciones de los organismos e instituciones que protegen y salvaguardan la familia, a la mujer y el rechazo absoluto a la violencia en el hogar. Sin embargo, lo que sucede tiene la maldita suerte de no ser reversible. Es en el ahora, fue en el pasado, y en el futuro… ahí está lo difícil, pues el futuro es el hoy del mañana.


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