Cuando uno se muda de oficina.
Cuando uno se muda de oficina después de casi veinte años, más que remover papeles y objetos se vienen encima flashazos de recuerdos. Nos sentimos pesados y, llenos de dificultad, sopesamos con atención el desprendimiento. Dejar atrás ese separador que de tan bonito no utilizamos nunca, revisar esos manuales en los que aprendimos el teje y maneje del software que utilizamos por tanto tiempo, y cuyo aprendizaje fue base para comprender los procesos. Esos que realizamos periódicamente y que, ahora son parte de nuestros procesos automáticos. Pensamos y, no sin razón, que sí faltamos, alguien más que llegue a suplirnos no tendrá que empezar de cero. Pero también, nos cuesta separarnos de las cosas porque nos acostumbramos a verlas día tras día. Han formado parte de nuestra historia laboral. Aquí la carpeta con el logotipo del congreso, mis notas de las conferencias, recuerdo la presentación tan nítida y el libro que me instó a leer. Tratamos de dar un hilo conductor pero los años se nos confunden, no recordamos con exactitud la fecha pero asociamos los objetos y recuerdos con situaciones generales. No podemos soltar los discos flexibles de 5 1/4 y de 3 1/2 pulgadas menos aún los discos zip aunque ya no tengamos equipo para su lectura. Incluso CD-ROM y DVD son ya obsoletos para nuestro equipo pero mantenemos la ilusión de que algún día escribiremos nuestras memorias o alguien lo hará por nosotros. ¡Qué mejor que tener los respaldos! Pero, luego pensamos que podría ser objeto de robo de identidad por ingeniería inversa. Si esto pasa con un cambio simple de oficina, imagina cuando la mudanza implica un entorno más amplio que afecta una inversión que se hizo año con año para conformar una colección de calidad que de soporte a las necesidades de información de estudiantes y profesores. Sí, una biblioteca. Aunque se ensaya una vez al.año ese proceso doloroso de desprendimiento llamado descarte, la mudanza que tiene en mente un cambio conceptual de los servicios requiere también de un descarte de antiguas ideas para construir las nuevas ideas de lo que una biblioteca académica del siglo XXI debe ser. No sólo del bibliotecario, sino de sus usuarios que se diversifican entre lo que consideran debe haber en una biblioteca. Así que hay que destruir conceptos, y a veces, las mismas edificaciones para empezar con lo nuevo. Eso es lo más sencillo. Dolor con algo de divino. Destruir para construir, perder para ganar. Ese Big-Bang donde la destrucción es rápida y la construcción lenta, ha empezado en nuestra biblioteca. Me embarga cierta añoranza pero también la optimista visión de que somos constructores de nuestro destino, cambiar es nuestra naturaleza y la transformación bibliotecaria requiere de un ingrediente especial que los bibliotecarios tenemos en abundancia: el amor al servicio y al conocimiento. Y he aquí que hace unos años hubo alguien con este ingrediente al máximo al que se llamó Maestro y cuya historia se narra en un libro que, casualmente, su título deriva de la misma raíz griega que la palabra biblioteca. Así que Borges bien lo sabía al decir, "El universo (que otros llaman la Biblioteca)..." Ese universo local al que he dedicado casi veinte años a conocerlo y transbordarlo me brinda una oportunidad para ver su apocalipsis, un tiempo de revelación, una nueva era para la biblioteca académica y para una loca bibliotecaria astronauta como yo.
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