Cap. 5. Dime que fue sólo un sueño.


No existe lo absoluto, el cielo se pinta de colores diariamente y los ojos adiestrados en el optimismo lo disfrutan.


Dayana desayuna a la una del domingo, “clac”, su celular le anuncia un mensaje entrante de Marco. No lo atiende y piensa en él. Marco es el chico más agradable que ha conocido. Imitador nato, encuentra el momento oportuno para canturrear y sabe qué decir siempre en todo momento. Su sonrisa es la de un triunfador y su caminar singular de puntillas es como si flotara en un suelo formado por las nubes del cielo. Se balancea y curva su espalda que dibuja en su estrecha camiseta las vértebras de la columna. Así lo visualiza y, al mismo tiempo es humilde y servicial. Qué chico, piensa. Nunca lo he visto enojarse, se dice. Sonríe y en su mente escucha la voz de Marco cuchichearle al oído algo que la hace sonrojar. Le sorprende que él hable con esa naturalidad con ella de esas cosas que solo ha leído en libros. Dayana tiene ese miedo que atrae y, al mismo tiempo repele. 
Marco suele enviarle mensajitos divertidos que la animan. Le gusta ser su amiga, con él se siente distinta como si conversara con una mujer que la entiende. Es mi alma femenina le ha dicho él sin bromear, observándola fijamente y con los labios extendidos hasta los cachetes mientras la toma de las manos y la jala hacia él quedando tan cerca que solo puede verse a sí misma en sus pupilas. 
Eso pasó la otra noche, piensa. Marco trabaja en un banco y ha hecho carrera basada en su esfuerzo, hijo único de madre soltera valora a su madre como muchos lo dicen pero pocos demuestran, él sí, aunque no lo dice, se nota en sus acciones, en la forma en que la abraza, en su cándida voz cuando contesta sus llamadas, en el auxilio que provee ofreciendo sus recursos para el gasto diario. Si, Marco no es un chico típico. 

Dayana toma el celular y lee el whatsapp. Sonríe y teclea. Corre al cuarto, tiende la cama, se baña, recoge su ropa y la pone en el cesto, se prueba un vestido amarillo, lo tira, selecciona un vestido rosado de camiseta, se lo quita, toma unos jeans cuadrados y una blusa blanca con manga bombacha y un cinto morado; completa el cuadro con unos zapatos bajos moteados en rosa. ¿Cómo me verá Marco? Se pregunta al espejo.
 Y lo ve ahí, frente a ella, del otro lado del espejo observándola embobado de inicio con un “fiu, fiu” chifladito como sólo a él se le escucha, y esa visión desaparece como vino. Dayana inicia el protocolario maquillaje, apurada piensa, ¿y si no me pinto? ¿Por qué las mujeres necesitamos arreglarnos para sentirnos bellas? ¿Quién nos lo ha hecho creer? Siente un deseo de no camuflajearse entre los rosados y los terracota, pero ¿quién es ella para cambiar al mundo? ¿Cómo cambiarse a sí misma? Quien la vea con esa cara lavada en la calle acompañada por Marco dirá qué mujer tan fachosa, no arreglarse para salir, bien haría en quedarse en casa esa fodonga. Pero qué me importa lo que piense la gente, pelea contra sí misma Dayana. ¿Qué pensará Marco? Tampoco importa él. Se habla, ¿qué piensas Dayana? Se escucha decirse, me gustas así a cara lavada pero tus ojos destacan su color con una línea negra rasgando las pestañas, tus mejillas con polvo de rubor permiten esconder algunas de esas manchitas por el sol que empiezan a salirte, un poco de máscara en las pestañas hacen más invitadores tus pequeños ojos. Finalmente, Dayana se gusta así, con algo de artificio femenino, no puedo luchar contra tantos años, me gusta ser mujer, se dice, finalmente. 
A la puerta tocan mientras una voz atraviesa la estancia, “me regala un taquito doñita, tengo hambre”, pasa hombre, ¡qué milagro con tus bromas! contesta Dayana a Marco quien asoma su cabeza por la ventana.




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