En la playa de Isla de Cortés
De azul brillante, la tarde donde las olas sin fatiga juguetean con reflejos.
Bajo las sombrillas, dos pupilas fijas en el horizonte. Aguardan pacientes mientras el viento azuza al oído y en el cielo aparece.
Dos alas extendidas amarillas, el pájaro mecánico planea, levita rozando la playa.
El equilibrio natural por un instante se rompe.
Los ojos siguen la trayectoria amarilla hasta que la pierden. Regresan, el par, a sus orígenes inamovibles. A contraluz vislumbran la figura del caballo surgida de las profundidades del océano. El hipocampo de Poseidón avanza en vertiginosa carrera y atrás le siguen cinco más. Hombres de pies alados les dan alcance y los montan. Rejegos los animales, se encabritan y dan brincos entre las olas. Más tarde se apaciguan, se conforman y bailan con pasitos cortos mientras el jinete se yergue. Vuelve el equilibrio a reinar en la Tierra mientras que se ignora la ira de Poseidón que llega silenciosa en forma de mar de fondo. Anega las playas, levanta sus olas y rompe los muros de contención. Se lleva la playa, las casas y las piedras en un reclamo constante por el robo de sus corceles.
Los ojos, testigos del hurto, deciden enmudecer. Callados, se cierran una y otra vez, hasta que despiertan de un sueño largo durante su estancia en la playa de Isla de Cortés y piensan que esos caballos marinos fueron producto de su imaginación. Somnolientos revisan la playa y el azul de la tarde con reflejos luminosos les confirman que todo sigue en calma.
Bajo las sombrillas, dos pupilas fijas en el horizonte. Aguardan pacientes mientras el viento azuza al oído y en el cielo aparece.
Dos alas extendidas amarillas, el pájaro mecánico planea, levita rozando la playa.
El equilibrio natural por un instante se rompe.
Los ojos siguen la trayectoria amarilla hasta que la pierden. Regresan, el par, a sus orígenes inamovibles. A contraluz vislumbran la figura del caballo surgida de las profundidades del océano. El hipocampo de Poseidón avanza en vertiginosa carrera y atrás le siguen cinco más. Hombres de pies alados les dan alcance y los montan. Rejegos los animales, se encabritan y dan brincos entre las olas. Más tarde se apaciguan, se conforman y bailan con pasitos cortos mientras el jinete se yergue. Vuelve el equilibrio a reinar en la Tierra mientras que se ignora la ira de Poseidón que llega silenciosa en forma de mar de fondo. Anega las playas, levanta sus olas y rompe los muros de contención. Se lleva la playa, las casas y las piedras en un reclamo constante por el robo de sus corceles.
Los ojos, testigos del hurto, deciden enmudecer. Callados, se cierran una y otra vez, hasta que despiertan de un sueño largo durante su estancia en la playa de Isla de Cortés y piensan que esos caballos marinos fueron producto de su imaginación. Somnolientos revisan la playa y el azul de la tarde con reflejos luminosos les confirman que todo sigue en calma.
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