1996 y la conquista de la Luna.

 1996 y la conquista de la Luna.

No es un error, no me refiero a 1969 y el año de la visita al satélite terrestre. No, me refiero a 1996 y mi entrada al mundo de la biblioteca. El 19 de noviembre de ese año fue mi ingreso como asistente de biblioteca en una posición novedosa, el área de servicios de información electrónica. Si debo dar una mayor precisión a las funciones propias a desarrollar diré que era la de ofrecer el acceso a los usuarios a la colección digital en CD-ROM de ProQuest que  estaba montada en una red local para la consulta de artículos de publicaciones periódicas en el área de negocios y ciencias.

Este pequeño paso sobre la superficie de la biblioteca fue para mí, un gran salto, de ahí la comparación con la conquista de la Luna. A partir de entonces y, muchos años después, busco con este libro parar en 2026 y asomarme al camino andado, quizá con ello pueda mirar al presente y luego al futuro para intentar predecir que más está por venir en el ámbito de este universo de información que se muestra inacabable.

Antes de iniciar con el recuento, es importante establecer el contexto al que me estaré refiriendo en las próximas páginas. La Biblioteca a partir de la cual referiré este recuento de recuerdos y datos es una biblioteca académica de una institución superior ubicada en el municipio de Culiacán, Sinaloa, México. En estos términos, es de suma importancia que el lector conozca algunos datos estadísticos actuales sobre bibliotecas en México y, muy en particular, en la zona geográfica desde la cual he colocado el telescopio para observar las estrellas o, en su caso, las bibliotecas. De acuerdo con el Atlas de infraestructura cultural de México (2010) se contaba con 7 289 bibliotecas públicas de la Red Nacional de bibliotecas que estaban distribuidas en los 31 estados y el Distrito Federal (hoy Ciudad de México) correspondiendo una tasa de 14 852 habitantes por cada biblioteca. Además en la Encuesta Nacional de Prácticas y Consumo Culturales (2004), el 31.4% de la muestra no había tenido contacto con ningún servicio de biblioteca y, del total de las bibliotecas, solo el 22.9% contaba con servicios digitales. En la versión 2003 del Atlas, se hace un desglose por estado, indicando que en Sinaloa se contaban 144 bibliotecas de la Red Nacional distribuidas en 18 municipios y atendiendo a 2 536 844 habitantes. En Culiacán, en ese entonces, se tenían 43 855 habitantes por biblioteca. Baste entonces esta numeralia para observar que en 1996 la situación no era mejor que la actual pues seguimos careciendo de bibliotecas públicas suficientes y, por el contrario, perdimos en la localidad, en 2009, la Biblioteca Pública Gilberto Owen[1] que en ese entonces tenía un acervo de 30 000 títulos y era la mayor biblioteca de la red. De esta Biblioteca tengo mis primeros recuerdos del funcionamiento de una biblioteca en forma, al ser usuaria activa con credencial de préstamo externo y de uso de servicios en sala, durante el periodo de fines de los años ochenta cuando cursaba los estudios de preparatoria. Es verdad que antes había utilizado los servicios de la biblioteca escolar de la Secundaria Federal No. 2 que eran unos cuántos títulos en estantería y el uso de mesas de estudio y sin acceso a préstamo a domicilio. En la Biblioteca Gilberto Owen se respiraba un ambiente distinto, llegar ahí y consultar el catálogo de fichas bibliográficas reconociendo el orden y la clasificación de los contenidos. Podía buscar por título, tema o autor y con esta pista encontrar el libro que llevaría a casa ubicado en un estante en el segundo piso. También forma parte de mis recuerdos, la biblioteca del Centro de Idiomas de la Universidad Autónoma de Sinaloa que se encontraba en la calle Miguel Hidalgo. En esa pequeña sala se escondían volúmenes en diferentes idiomas, en especial una enciclopedia de literatura francesa que me llamaba la atención y del que desprendía algún volumen para observar aquellas palabras con acentos al revés. Al contrario y, comparada con la Owen que era tan concurrida, que a veces era imposible entrar, en esta el silencio y la soledad imperaban. Por aquellos días, mi hermana trabajó un tiempo en una pequeña biblioteca de CAADES, ahí pude revisar materiales distintos a las otras bibliotecas, eran materiales específicos de temas de agricultura y desarrollo económico, algunas revistas y vi cómo diariamente mi hermana recortaba las noticias relacionadas e iba desarrollando la hemeroteca.

En casa teníamos un librero que era nuestra biblioteca, estaba a la mano para las dudas con enciclopedias temáticas y diccionarios; teníamos una enciclopedia de la biblia donde nos gustaba consultar el significado de los nombres bíblicos y sus historias; también la enciclopedia temática de las ciencias, una de tecnología y varios libros como El vendedor más grande del mundo, Así hablaba Zaratustra, entre otros. El lugar de esta biblioteca casera era la sala así que si había que esperar, qué mejor que hacerlo con un libro en la mano. Cuando ingresé al Tecnológico de Monterrey Campus Sinaloa a estudiar también visité con frecuencia la biblioteca durante 1987 a 1991. En ese lapso me tocó ver cómo cambiaba de ubicación, primero en la segunda planta del edificio uno, luego al segundo edificio en el tercer nivel y, finalmente al cuarto piso. No imaginé que después de cinco años de egresar volvería a mi Alma Mater, ahora como personal de biblioteca. Durante el tiempo que estuve como alumna, la biblioteca permaneció en sus  servicios tradicionales de préstamo de libros con una tarjeta en la que se establecía la fecha del préstamo y la fecha de devolución, una para el libro, otra para el archivo de préstamo por usuario. La búsqueda era simple, se buscaban las fichas bibliográficas en un mueble de catálogo de madera donde estaban clasificadas tal y como aprendí a buscar en la Biblioteca Gilberto Owen. La mayoría de los libros eran texto y, algunos cuantos correspondían al ámbito literario. Recuerdo haber leído los libros de Kafka, García Marquez y Kundera en esos años mientras solicitaba libros de probabilidad y estadística, matemáticas para ingeniería, física y circuitos electrónicos. Recuerdo a la directora de Biblioteca, Patricia Ríos y a Yolanda Guerrero en el mostrador de préstamo cuando como alumna llegaba a sentarme en un pequeño sillón rojo de dos plazas para leer un rato mientras hacía tiempo para mis clases.

En aquel tiempo, la biblioteca junto con el Centro Electrónico de Cálculo (donde estaban las computadoras) eran los sitios que frecuentaba después del salón de clases.

Para 1996 cuando ingresé a trabajar en la biblioteca, esta tenía seis meses de haber cambiado su ubicación al Edificio 3 en el segundo nivel y donde, a la fecha, se encuentra.



BI

 

Figure 1 Plano del campus y ubicación de biblioteca


Con respecto a 1991, la biblioteca disponía ahora de un catálogo electrónico local, una sala de computadoras conectada a una red local, servicio de Internet y acceso a la Word Wide Web. En 1995, Bill Gates había publicado su libro Camino al futuro mismo que recién había leído a principios de 1996. Igualmente, aunque conocía los principios de Internet por mi propia formación, no había tenido contacto con la versión comercial de navegadores que inició con Mosaic en 1993 y continuó con Netscape Navigator a partir de 1994 y que, en estas épocas, empecé a utilizar y a documentarme desde el ámbito informático como la programación en HTML, JavaScript, el uso de webmail y plataformas tecnológicas como Lotus Notes. Así que mi entrada al ambiente bibliotecario coincidió con la comercialización de la red de redes en su formato web algo que, a más de veinte años de distancia, puede verse como un cohete de propulsión a chorro que nos ha disparado en una vertiginosa sucesión de cambios.

Si bien, en ese entonces comprendía la información digital y su acceso, también desconocía el funcionamiento interno de una biblioteca. Cuando me entrevisté con Paty Ríos, quien continuaba en la dirección, y me platicó a grandes rasgos mis próximas funciones me preocupaba desconocer lo que se hacía en las demás áreas de la biblioteca. Le pregunté si tenía manuales de procedimientos, organigrama o documentación de la estructura de la biblioteca. Lamentablemente, no había documentación al respecto. Así que le pedí su autorización para entrevistar y observar a mis, ahora, compañeros de equipo de trabajo en sus rutinas diarias de atención. Mi motivación era tener la visión general de lo que se hacía internamente en una biblioteca para que los usuarios pudieran hacer uso de los servicios. Así que la primera semana me dediqué a documentar utilizando la metodología de sistemas que conocía de mi formación ingenieril para observar lo que sucedía. Unos días después presenté lo que había encontrado.

En aras de aprender, la observación y las preguntas dieron sentido a la función bibliotecaria, en una primera aproximación porque, como veremos a lo largo de este libro, su alcance es muy amplio.

 


A esta etapa la llamaré 0 (cero), considerando que era el punto de partida. El bibliotizaje que acababa de hacer y, a partir del cual, trataré de esquematizar y mostrar las transformaciones locales derivadas de las fuerzas económicas, académicas y tecnológicas que inciden en el ámbito bibliotecario.

El reconocimiento del terreno y la generación de un mapa esquemático: organigrama y diagramas de interrelación nos permiten identificar como se visualizaban a ojos externos el funcionamiento de la biblioteca en los albores de la digitalización de la información en un contexto local dentro de una institución de educación superior.


En los próximos capítulos veremos cómo esta visión inicial se transforma al obtener estudios de posgrado en el área de Ciencias de la Información y la experiencia enriquecida del trabajo en la biblioteca académica en conjunto con la evolución del modelo educativo.

Sirva esto como preámbulo de la visión integradora de los servicios bibliotecarios en una visión sistémica de sus procesos.


Los procesos de adquisiciones y procesos técnicos eran, en ese entonces a mis ojos, una gran caja negra, sabía en general que ahí se recibían las solicitudes de nuevos materiales y se ejecutaban las compras. Una vez adquiridas se catalogaban y se registraban utilizando el software Winnebago que alimentaba al catálogo local donde los alumnos consultaban el acervo, ubicación, clasificación y disponibilidad del material. Más adelante se describirán los procesos a detalle.

Sirva ahora reconocer que estaba esa cajita en la que el catalogador describía cada material y lo hacía asequible a los usuarios.

Los procesos de Consulta, Circulación y Reserva eran fácilmente observables y correspondían a la prestación del servicio a los usuarios. Volvamos a recordar que el proceso de biblioteca ya estaba automatizado, habían dejado de utilizarse las tarjetitas como único medio de control, estaba en periodo de transición en el que todavía no se confiaba plenamente, por lo que se continuaba anotando en la tarjeta, pero sin guardar una copia en archivo pues ya se tenía en la computadora.


La consulta de las revistas era manual, la persona de circulación sacaba una copia al índice de cada revista nueva y la anexaba a un catálogo en papel de índices por título de revista por lo que, frecuentemente, no alcanzaba a estar actualizado. Los alumnos en servicio becario apoyaban en las labores de intercalación de material, fotocopiado de índice de revistas y archivo. Las multas se cobraban en biblioteca y se daba una boleta de pago física como comprobante. Los usuarios debían darse de alta como usuarios en cada inscripción semestral, por lo que, estar presente en la inscripción era vital para poder brindar el servicio sin contratiempos desde el primer día de clases.

Estos procesos eran los tradicionales de las bibliotecas y, salvo la disposición electrónica de las fichas catalográficas, la consulta en computadoras y el registro de préstamo, las demás funciones permanecían sin cambios generales.


Los nuevos servicios aparecidos en 1996 con el cambio de mobiliario y ubicación correspondían a los proporcionados por el área de Servicios de Información Electrónica que concentraba el soporte técnico a la red local de biblioteca, la automatización de los servicios de circulación y catalogación y los servicios digitales ofrecidos a los usuarios en el préstamo de CD-ROMs, acceso a Infosel Financiero, la consulta a las publicaciones periódicas de la colección de ProQuest, bases de datos y enciclopedias en CD-ROM, impresiones y la asesoría en la navegación web. También se generaban las estadísticas generales de los servicios y la resolución de problemas en la consulta.

 


 En los procesos de seguridad se consideraba el registro de entrada/salida de usuarios mediante la demostración de su credencial como estudiantes o académicos, la supervisión en la observancia del reglamento de biblioteca, el cuidado del mobiliario y la limpieza. También la atención a quejas y/o sugerencias de los servicios.

Contar con estas primeras cartas de navegación en la biblioteca resultó en la comprensión inicial de los servicios. Además realicé algunos diagramas de flujo para comprender las tareas asociadas a cada servicio. Aquí algunos de ellos:

 








 Así, 1996 fue el inicio de una travesía por la que he cruzado el universo bibliográfico por más de veinte años y desde esta etapa 0 inició el viaje. Documentar la labor bibliotecaria no es tarea fácil, por lo que trataré de dar secuencia pero daré algunos brincos entre el presente, ayer y futuro en diferente orden dependiendo del tema.



[1] http://www.noroeste.com.mx/publicaciones.php?id=905995

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