Cap. 13 Dime que fue sólo un sueño.

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Dime que fue sólo un sueño.


XIII

Región de origen y género son dos variables que al tomar valor constante enmarcan, en parte, una idiosincrasia.

Es la feria el cuadro perenne de las tradiciones culturales manifiestas. Asistir a esta fiesta popular es como introducirse al juego de los espejos, en cada ángulo suele reflejarse algo de nosotros que quisiéramos no ver pero que para los demás luce en escaparate. El observador nato se aleja del tumulto y en una orilla pasea su vista por las personas más que en los puestos. Empieza por hacer grupos, allá la familia, acá los amigos, aquí los solitarios, más allá los locatarios, estos los oportunistas, sin faltar los negociantes. La tradición ancestral de los tianguis y mercados es un fantasma que ataca también en manifestaciones y plantones. El que con un pitido y gritos con micrófono mercadea las colchas: “Aquí va una, y échame otra para el señor… ¿quién levantó la mano? Por el mismo precio, sí para que se lo lleve”; quien con dardos en mano invita al tiro al blanco en un 2 x 1, escoja su premio. Mientras se escucha el comentarista que narra la corrida de los caballos que avanzan a pasos de boliches. El clic de la moneda de la niña que se zambulle en la caja del hombre de hojalata que activa el espectáculo del muñeco quieto que inicia con su rutina robotizada. Es el reino de la sorpresa esperada, del show de los voladores de Papantla allá arriba en las alturas, el payaso espontáneo que aparece y las paletas heladas que se venden como pan caliente. Los churros, esquites y los algodones dulces que visten el ambiente. Ruidos de voces, rieles y juegos mecánicos que se mueven entre luces de colores. Voces mezcladas y destaca aquella que anuncia lo inverosímil, la mujer tortuga. Dayana lo sabe, es un juego simulado de ilusión óptica. Sin embargo, no puede dejar de pensar en ella, en esa mujer real, Julia. La imagina ahí entre bambalinas, enfundada en sus vestidos victorianos entonando su voz de mezo-soprano mientras que el público confronta sus esquemas mentales. Hace meses ya que escuchó la noticia de la repatriación de sus restos a tierras sinaloenses después de peregrinar por el mundo. Por la radio, primero, la noticia y, a retazos fue enterándose de su historia; después, atraída por la repulsiva contrariedad del trato hacia su persona en vida como a sus restos, empezó a nutrirse de un sentimiento fraterno hacia aquella compañera de género. Incapaz de reconocerse, de inicio, pero que a fuerza de reflexionar de continuo, se volvió su marco de referencia, una lupa inconsciente por la que empieza a observar su entorno.
El grito de Matilde la saca de sus cavilaciones. Oye Dayana ¿qué te pasa? Hace rato que te llamo y ni volteas a verme. ¿Quieres esquite? Gracias amiga, ya he comido muchas fritangas este día y no quiero saber cómo voy a tener mi estómago vuelto loco por la noche. Mejor no. Maty, como le gustaba decirle su amiga de cariño, quien sólo levantó los hombros como diciendo, “tú te lo pierdes”, saboreó la cucharada de elotito con crema, chile rojo espolvoreado y limón. Caminaron las dos entre la gente, las dos iban con pantalones de mezclilla tipo skinnes con botas altas y camisas desfajadas con un cinto a la cadera a la usanza vaquera de los días de feria.
Oye Maty, quiero preguntarte algo; pues pregunta Day, pregúntame lo que quieras. ¿Cómo es la vida de casada? ¿es lo que pensaste que sería? Uy, pero qué preguntita. Vamos a sentarnos a comer unos taquitos y ahí te platico. ¡Ay Maty, te pasas!, no entiendo cómo estás tan flaquita si le entras con ganas a la comida. Tengo mi metabolismo al cien, amiga, qué le voy a hacer, mi constitución así me lo permite. Pero ven y siéntate conmigo y te respondo. Las dos amigas se sentaron mientras Matilde pedía un burrito de machaca y frijol de medio metro.  David es muy atento y servicial, la verdad que no me quejo nada de él. Lo quiero mucho y estos dos años de casada han sido buenos, estoy muy enamorada y creo que es el mejor estado de la mujer. Si me ha costado, no te creas. Eso de estar en la era acuariana es complicado y ser ama de casa es una frieguita, más cuando  una trabaja y, aunque a mi mamá no le agrada mucho eso, porque quería un príncipe, de esos que no existen, para mí, siento que estoy bien.
Lo de cocinar se me da muy bien, hago arrocito al vapor, pescado, hamburguesas y, una que otra vez, algún caldito, pero como somos dos pues, a veces, me sale más barato ir a la cocina express y comprar la comida ya hecha. En cuanto al aseo de la casa, eso sí casi todo lo hago yo, a los hombres les cuesta mucho salirse de lo aprendido en casa y, sobre todo, porque no les conviene. Esa parte del periodo acuariano no es de su agrado, el compartir las tareas de la casa, pero que tal en la de que la mujer contribuya al gasto, con esa sí que están de acuerdo. Pero con ciertos límites, mientras los atiendas de todo a todo, si qué bueno que mi mujer trabaja. Pero si no, los gritos en el cielo porque en su esquema no aparece tener que lavar la loza mucho menos pegar una barridita. Y ¿por qué tanta pregunta? Los ojos de Dayana se movieron de los ojos de su amiga y musitó muy quedo, porque eres mi única amiga casada y, no sé cómo te animaste a casarte antes de graduarte, a mí me da miedo. Maty sonrió asintiendo, ¿quién no ha sentido miedo?

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